Se define como un pintor de pueblo, fiel a su pasión por el dibujo y la pintura. A lo largo de su vida ha buscado la felicidad a través del arte, compartiendo su conocimiento con alumnos y evolucionando junto a ellos

“Soy un pintor de pueblo, de los de siempre. Mi vida se basa en dibujar y en pintar. Estoy en el mundo a mí manera, tratando de ser feliz y de hacer que los demás lo sean”. Esto es lo que responde a la pregunta: “¿Quién es Toño Velasco?”. Toda una declaración de intenciones de este artista, al que nacieron en Castilla, es de Pucela, pero siempre fue asturiano. Así lo eran sus padres y sus abuelos, con los que pasó gran parte de su niñez, cuando la falda del Naranco era su fuerte, mucho antes de hacerse apache en La Reserva. A los 14 años, tras jubilarse su padre, volvió a Oviedo. Los Velasco Rodríguez dejaron Valladolid atrás, donde el padre había trabajado como delineante, y buscaron de nuevo el norte: el calor del hogar y de una ciudad que tantas veces miró a lo lejos de pequeño.
El taller de Toño está entre sonrisas y amistad, mirando al verde y a la familia. Porque su territorio se mudó del edificio donde antes estaban los ALSA a la zona de Los Pilares, entre el Naranco y el Oviedín que él conoce y quiere. En esta localización, en la que lleva un tiempo, goza de tranquilidad en el centro de la ciudad: “Estoy muy a gusto con el sitio, desde el principio me encontré y estuve muy bien”. Cuando llego a verle, está dando un taller a unos alumnos. La media de edad sobrepasa la de jubilación, pero es lo que tiene llegar un viernes por la mañana. Un profesor que no tiene trucos, que no esconde nada: “Me formé como pintor enseñando. Los alumnos te reclaman una serie de técnicas que muchas veces ni sabes hacer. Tuve que ir aprendiendo unos pasos por delante de ellos, eso me espabiló mucho, hicieron que no fuese conformista”. La evolución de su pintura debe mucho a todas esas personas que recurrieron a él para que les enseñase. “Mis alumnos me ven constantemente pintando, me ven fallar un montón, que creo que es muy importante. La gente, normalmente, sólo ve el resultado final, cuando todo está perfecto, pero esto es una cosa de hacer y corregir”.


Aunque sus alumnos sean sus mejores maestros, como dice, se educó en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo con grandes mentores y artistas: Bernardo Sanjurjo, Fernando Redruello, Abelino Mayo, Alfonso Granda, María Álvarez, Ricardo Mojardín, Laura Gutiérrez, que ahora es la directora de la escuela, o Chenky. “A todos ellos les debo muchísimo, fueron unos grandes años”.
Velasco nunca fue un gran estudiante, pero no sólo de doctores vive la Iglesia. Su inquietud hizo que tendiese a la creatividad y por eso se matriculó en la Escuela. Compaginó, desde bien temprano, el hincar codo con la hostelería. Trabajó mucho los bares y en los bares: “Trabajé veintipico años en hostelería. Mientras estudiaba; luego monté un taller de grabado, y también; para más tarde dedicarme al diseño gráfico mientras seguía compaginando”. El diseño gráfico fue la ocupación central de su vida durante mucho tiempo, a lo que más años ha dedicado en su vida junto a estar detrás de la barra. Fue el jefe de la tribu en ‘La Reserva’ un lugar mítico en la calle Carpio, donde pasaban cosas que otros creerían realismo mágico, pero es que no pisaron la calle lo suficiente.
Mientras lía un cigarro y llueve por encima de nosotros, me cuenta que empezó a dedicarse de pleno a la pintura con los cuarenta, “Llevo 15 años dedicándome plenamente a esto. Ha sido todo muy consciente, muchos proyectos se deben también a mi experiencia como diseñador gráfico, a estrategias, a proyectos artísticos con una intencionalidad”.
Fue un momento de su vida en la que se dieron las circunstancias para poder hacerlo, estaba al paro, tenía ahorros y supo oler la oportunidad para dar el salto. Trabajador incansable, se le puede encontrar desde bien temprano en su estudio, cree en el trabajo como medida de uno mismo. “Hay que tener en cuenta que hay que vivir, llenar el plato todos los días. El arte, la cultura en general, es una forma de vida y conlleva muchísimo sacrificio. Pero es maravilloso hacer lo que te gusta”.
Desde que empezó, subió como la espuma: gusta lo que hace y gusta Toño. Cuando uno se para muchas veces a saludar mientras da un paseo, es que es bueno bueno. Y esto es lo que le pasa.
De Oviedo al mundo gracias a ‘Ensayo sobre la burla’, donde retrataba a políticos y socialité (Bárcenas, Merkel o Urdangarín) haciendo burlas, pero literal, no como fue en la realidad. Esta serie, con intencionalidad clara de crear polémica y despertar un poco las mentes, salió en cientos de periódicos. Pero el impulso definitivo le llegó por un veto de una alcaldesa de un pueblo de Ávila en una exposición colectiva. “Si saben cómo me pongo, para qué me invitan”, parecía querer decir, y de este momento incómodo logró pasar al éxito.

Entre la burla y los dibujos a un solo trazo están los años y la evolución de su arte, uniéndose los extremos en la popularidad. Velasco es capaz de hacer un retrato fidedigno, aunque él en ocasiones cuestione el resultado, sin levantar el rotulador del papel. Empieza a dibujar y su mano comienza un baile delicioso que no cesa hasta acabar la obra.
Hombre siempre en la actualidad, utiliza la Inteligencia Artificial como una herramienta más. “Uso un montón de aplicaciones, no para pintar, pero sí como ayuda a mi pintura. Siempre he estado relacionado con la informática y las nuevas tecnologías, no entiendo que les demos la espalda”. Todos estos avances son para Toño una fuente de inspiración. “al igual que otras muchas”.
Está trabajando en su siguiente proyecto, que llevará por nombre ‘selfie’. Una serie de retratos de cómo nos relacionamos con los teléfonos móviles y con la tecnología. Influenciado por Vermeer o Hopper, trata de retratar la verdad del momento: “Si miras a una persona a los ojos, probablemente no te esté mirando a ti sino su teléfono móvil. Quiero mostrar el narcisismo imperante, explicar que esas maquinitas se han convertido en una parte más de nosotros”.
Acaba el pitillo y entramos, nos despedimos a la vista de sus alumnos. Unos llenan de color el lienzo, otros se pelean por las proporciones de un retrato y las hay que le dan al pincel en el caballete. Salgo de ese lugar con la impresión de estar ante un buen artista y un gran tipo.