«La prioridad no es que la energía sea muy limpia o muy eco-chic. La prioridad es tenerla. Y si para tenerla hay que admitir algunas verdades incómodas —como que el viento a veces no sopla y el sol se pone—, más vale hacerlo ahora y no cuando el país esté a oscuras»
España se ha pasado años jugando a ser el adalid planetario de las energías limpias. Cerramos nucleares, demolimos centrales de carbón, y plantamos molinos y paneles solares como quien siembra margaritas. El resultado, aunque algunos aún quieran ignorarlo, está a la vista: apagones industriales, quemando gas a lo loco y rozando el colapso eléctrico. Y eso que todavía no hemos electrificado la mitad de lo que prometieron.
La semana pasada fue un aviso. Red Eléctrica se vio obligada a cortar el suministro a la gran industria varios días seguidos. ¿El motivo? Una bajada de temperaturas que disparó la demanda. ¿No habíamos montado un parque de renovables gigantesco? Sí, pero de noche el sol no brilla —sorpresa—, y si no hay viento, los molinos se quedan quietecitos. Resultado: de los 30.600 MW solares y 31.600 MW eólicos, solo 2.100 MW estaban produciendo. Casi todo parado. Y nosotros quemando gas como si no hubiera mañana.
Y ahora viene lo mejor: si no hubiésemos tenido las centrales nucleares activas, habríamos perdido otros 5.000 MW de potencia firme. No habría habido ni gas, ni interconexiones con Francia suficientes para salvarnos. Estuvimos al borde del colapso con una demanda de 40.000 MW, que encima es un 20% inferior al récord histórico de 2007. Y estos genios nos prometen que vamos a multiplicar la demanda electrificando toda la economía. Fantasía pura.
¿La solución? Según ellos, el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima. Un cuento de hadas disfrazado de documento oficial. El PNIEC 2.0 promete interconexiones inexistentes, almacenamientos masivos en baterías que no existen, y tecnologías que ni están ni se las espera. Ciencia ficción con fondos públicos, tan realista como pensar que los duendes fabricarán electricidad al final del arcoíris.
Pero no importa. Seguimos aplaudiendo cierres nucleares como si fueran victorias. Para 2030, si todo sigue su curso, la mitad del parque nuclear español estará clausurado. Y cuando de verdad empecemos a meter coches eléctricos, bombas de calor y fábricas electrificadas, el sistema —avisados quedáis— reventará. Castillos de arena sobre ciénagas verdes.
La prioridad no es que la energía sea muy limpia o muy eco-chic. La prioridad es tenerla. Y si para tenerla hay que admitir algunas verdades incómodas —como que el viento a veces no sopla y el sol se pone—, más vale hacerlo ahora y no cuando el país esté a oscuras.
Alemania, siempre tan ejemplar, ya nos enseña el camino: industria tambaleándose, más de 125.000 despidos colectivos, electricidad importada a precio de oro desde Francia. El viernes pasado, casi 1.000 euros el MWh. Porque no soplaba el viento. Pero no es culpa del viento. Es culpa de cerrar lo que no se debía mientras se hacía política de platillo y castañuelas.
La realidad, esa vieja incómoda que no se deja domesticar por discursos ni anuncios publicitarios, no negocia. Y las leyes de la física, menos todavía. Da igual que gobierne un ecologista utópico o un tecnócrata de despacho: sin potencia firme, sin nucleares, sin planificación realista, el sistema caerá.
Así que, adelante. Sigamos celebrando cierres, recitando mantras verdes y soñando con molinos y arcoíris. Cuando llegue el apagón de verdad, no digáis que no estabais avisados.
