
Así que sí, Canteli. Tenías razón. Y la tuviste hasta el último segundo antes de rectificar. Pero en un mundo donde la verdad es peligrosa y la mentira es rentable, era cuestión de tiempo que te obligaran a callarte
Alfredo Canteli dijo algo que nadie se atreve a decir en voz alta: que los minutos de silencio se han convertido en un ritual selectivo, en una liturgia hipócrita donde solo algunas muertes merecen duelo público. Luego, claro, tuvo que rectificar. Es lo que pasa cuando se pisa un charco en el que todos saben que hay barro, pero nadie quiere admitirlo.
Su pregunta era lógica. ¿Por qué no hay minutos de silencio por los hombres asesinados? ¿Por qué no por los niños, cuando los matan sus padres o sus madres? ¿Por qué unas muertes importan y otras no? Pero aquí la lógica es un estorbo. En el santuario de la corrección política, las víctimas tienen categorías y algunos cadáveres cotizan más que otros.
Y mientras nos entretenemos con este teatro de las lágrimas selectivas, lo importante queda en un rincón. En un rincón oscuro, cubierto de polvo y olvido. Porque lo que realmente evitaría asesinatos no es un gesto simbólico ni discursos floridos sobre igualdad, sino lo que Canteli no se atrevió a decir del todo: que los recursos deberían ir donde realmente sirven. A la policía. A los jueces. A quienes pueden hacer algo más que un comunicado solemne y una foto con gesto compungido.
El problema es que la policía, la que trabaja en la calle, la que patrulla barrios y sigue a los maltratadores con órdenes de alejamiento, está ahogada. Ahogada en burocracia. Ahogada en recortes. Ahogada en órdenes políticas que impiden actuar. Como bien han explicado Samuel Vázquez y Chema Vallejo, el sistema policial español es un monstruo burocrático repleto de mandos intermedios, oficinas que no sirven para nada y restricciones políticas que convierten a los agentes en figurantes de un teatro absurdo. Y cuando los recursos se reparten, se destinan a lo que luce en los titulares, no a lo que salva vidas.
¿Quieren proteger a las mujeres de verdad? Pongan a más policías en las calles. Más efectivos. Más medios. Más acción real. Aumenten las unidades de seguimiento de maltratadores, denles recursos operativos en vez de llenar despachos de burócratas con sueldos de oro. Porque lo que tenemos ahora no es un sistema para acabar con la violencia, sino para gestionarla como un negocio rentable.
¿O acaso alguien cree que los cientos de organismos de igualdad que pueblan ayuntamientos, comunidades autónomas y ministerios existen para otra cosa que no sea perpetuarse? ¿Que las oenegés subvencionadas, que dicen luchar por los derechos de las mujeres, quieren que la violencia de género desaparezca? Si el problema se resolviera, ¿de qué iban a vivir? ¿Qué justificación tendrían para seguir tragándose millones de euros?
El caso Rubiales lo deja claro: se monta un escándalo internacional por un beso sin violencia, mientras la policía carece de efectivos para vigilar a todos los agresores con órdenes de alejamiento. Se dedican recursos infinitos a lo que genera titulares y eslóganes, mientras lo verdaderamente importante se deja morir por falta de fondos.
Así que sí, Canteli. Tenías razón. Y la tuviste hasta el último segundo antes de rectificar. Pero en un mundo donde la verdad es peligrosa y la mentira es rentable, era cuestión de tiempo que te obligaran a callarte.