La verdad está en esos momentos de tránsito, entre toro y toro o en los desplazamientos con la cuadrilla, donde Andrés Roca Rey se muestra vulnerable, suda el miedo y la presión de reinar en el escalafón, su cara muestra los estragos

Acabo de ver ‘Tardes de soledad’ en los Cines Embajadores Foncalada y escribo aún imbuido de lo que vi en la pantalla y de la magia de la sala oscura. La película de Albert Serra, muestra el seguimiento que hizo el director catalán al maestro Roca Rey y su cuadrilla durante algunas de las fechas más importantes de la temporada taurina. La película, más bien documental o relato de una realidad, se llevó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, sorprendiendo a propios y extraños, dada la pacatería que impera en nuestros días. Pero lo bueno siempre acaba brillando e imponiéndose a la mediocridad; que es, sin duda, mucho peor que lo malo, porque se camufla y emponzoña todo.
Quizá, para la mayoría, las imágenes más impactantes sean las del momento de la lidia, porque se ve de forma clara el sufrimiento del hombre y del animal, la forma en la que un tipo de veintimuchos se vuelca para dominar a la bestia, cerrar el ciclo y crear belleza en cada pase. Creo que Serra -genio donde los haya, me declaro devoto- peca de cierto desconocimiento de la tauromaquia, tanto de su historia como de su fin, y pone el foco en el sufrimiento, mayor el animal y menor el humano, en la sangre; se recrea en planos muy cortos de toros borboteantes con ojos de niebla. Y es innegable que esto pasa, pero creo que ha perdido la oportunidad de retratar la forma de arte más sublime que existe, esa en la que el artista se pasa la muerta por la entrepierna, la única en la que es capaz de entregar su vida por una obra efímera y eterna a la vez. No creo que Roca, representante máximo del tremendismo actual y el favorito entre fachalecos beodos y niñas bien de ‘Big Four’, sea el mejor elegido para mostrar el arte, pero en ciertos pases se le ve con la hechura de un torero que puede crecer y ascender al Olimpo.
La verdad, para mí, no está en lo que ocurre en la plaza. La verdad está en esos momentos de tránsito, entre toro y toro o en los desplazamientos con la cuadrilla, donde Andrés Roca Rey se muestra vulnerable, suda el miedo y la presión de reinar en el escalafón, su cara muestra los estragos. Esos en los que su cuadrilla no para de piropearle y alagarle, mientras él como que escucha con la mirada disipada y la cabeza en otro mundo. La soledad del triunfador es algo que golpea a todos los que tienen éxito, recordando tantas veces en las que el rey estuvo desnudo y la suerte consiguió que nadie le pillara.
Los toros son verdad, porque en una tarde se muestra en el ruedo de qué trata la vida: desde los clarines a las mulillas, un ciclo del que nadie se salva. La muerte es lo que nos hace estar vivos, por eso cuando uno acude a una plaza de toros sale con muchas lecciones aprendidas y la capacidad de aprovechar la vida.