El pintor crea en su taller de la Argañosa, un refugio entre viaje y viaje, una obra con la que trasciende de lo local a lo universal y de lo real a lo imaginario
En un rincón escondido del barrio de la Argañosa, tras una puerta verde y vetusta, tiene su refugio un artista que vive y crea en Oviedo, Federico Granell, pero que viaja a menudo por el mundo, cuaderno en mano, para reflejar en sus obras espacios que le rodean –paisajes naturales, calles, edificios, ruinas…- y captar las emociones o sensaciones que le suscitan.
Desde ese sótano ovetense, abierto a un abrupto jardín de aspecto selvático, nuestro artista, nacido en Cangas del Narcea, pero afincado en Oviedo desde niño, trasciende de lo local a lo universal a través de sus pinceles y sus colores, creando escenas que capturan el tiempo y el espacio para generar imágenes atemporales en las que muchas veces se sumerge la figura humana como una parte más del conjunto.
Granell recibe en su estudio taller, un espacio a modo de escondite abarrotado de esculturas blancas y silentes (niños, mujeres, cabezas, flores…), cuadros amontonados por aquí y por allá, pinturas, caballetes, libros de arte y un sinfín de cachivaches. Y en este puro desorden a ojos del visitante, el artista parece feliz; está en su mundo. El lugar donde crea y enseña a otros a crear, y donde nos cuenta que estudió en La Gesta y en el Instituto Aramo (lo que ya da a cualquiera carta de ovetensismo) para luego matricularse en la Escuela de Minas y dejarla tras dos cursos, sabedor de lo que suyo más que el carbón era el carboncillo.

Cursó Bellas Artes en Salamanca y de aquella época guarda sus primeros cuadernos con bocetos, diseños, textos y logotipos. El cuaderno, un formato que más tarde seguirá asociado a su forma de trabajar y crear, generando volúmenes de viajes (Lanzarote, Roma, Oporto, playas de Asturias…) o temáticos (álbumes de familia encontrados en mercadillos u obras inspiradas en canciones) que en ocasiones recopila en libros de pequeño tamaño que son compendios de su obra y que nos acercan a su arte de una forma diferente y amena.
De Salamanca, Granell pasa a Londres, donde trabaja y aprende inglés, Obtiene una beca de pintura del Ministerio de Exteriores para irse a Roma y allí pinta y descubre que lo que le gusta de verdad es el dibujo; “La escultura me genera un poco de estrés porque son materiales complicados y el proceso es más complejo”. No obstante, Federico ha colaborado tres años con la Fundación Princesa de Asturias en la Semana de los Premios con instalaciones sorprendentes que se pudieron ver en la antigua fábrica de La Vega, entre ellas “Blanco sólido”, en la que hizo un recorrido por poemas de Anne Carson a través de diferentes esculturas.
También le gusta experimentar, como en 2023 cuando creó cuadros con bacterias en La Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo, unas obras efímeras que debían verse a oscuras. Y la tecnología le abre otro mundo de posibilidades a un artista que recurre, sin abusar, a lo digital para captar imágenes, pintarlas en el momento y subirlas a sus redes sociales o para animar alguno de sus dibujos y darle una nueva dimensión.
En su peripecia vital, Italia es un escenario central, con Roma y Milán en primer término. Por allí viajó y creó algunas de sus obras más profundas y llamativas como las dedicadas a álbumes familiares encontrados en mercadillos luego recogidas en el proyecto “La vida imaginada” sobre las vidas de niños y sus familias en la Alemania de entreguerras y del nazismo embrionario, o en la Italia de Mussolini y que luego dieron lugar a exposiciones en España, Francia y Argentina.
El individuo, la memoria y la nostalgia son constantes en su producción: figuras humanas muchas veces solas o ensimismadas, en escenarios que a veces destacan por su frialdad y otras por su atmósfera de melancolía: aeropuertos, glaciares helados, playas desiertas, bosques en la noche, mansiones abandonadas, cementerios, etc.
Cuenta Granell que la suya es una “pintura figurativa con referencias a artistas como Edward Hopper, Caspar Friedrich, Caravaggio o Tintoretto y que habla sobre la soledad contemporánea en la que vivimos, porque estamos muy conectados, pero también solos. Vivimos en un mundo donde tenemos muchísimas cosas, pero que a la vez nos aísla. El centro es siempre la figura humana que va mutando según voy cambiando yo. A veces está en espacios abandonados otros en la naturaleza o en lugares más fríos”. Es la búsqueda de la belleza en entornos cotidianos, pero que generan misterio. “Me inspiran los momentos tranquilos, de calma. Me gusta visitar las casas abandonadas e interpretar lo que me cuentan, o analizar los álbumes de familia encontrados en mercadillos”
Y en su obra Asturias también es una fuente inagotable de inspiración, así como la música, que tiene un carácter principal en todo lo que hace. “A veces viene primero la imagen y luego la canción, otras veces es al contrario”, señala. Tal vez su primera experiencia en este campo fue ya en un vídeo para la exposición MMVII de la sala Borrón de Oviedo donde incluyó una colaboración musical con su amigo Alfredo Diego.
Este año expondrá de nuevo en la Galería Llamazares, de Gijón, colaborando con Gema Llamazares, y estará también en Lanzarote, donde realizó una estancia para artistas pintando obras inspiradas en la isla, y lo hará de la mano de Natalia Alonso Arduengo, crítica de arte y directora de ArteOviedo.
Y precisamente terminamos hablando sobre Oviedo y el arte. Federico Granell cree que en los últimos años se ha dinamizado desde el Ayuntamiento el panorama artístico en la ciudad, pero echa de menos un espacio municipal de exposiciones en condiciones y advierte de que “si queremos ser Capital Europea de la Cultura hay que ponerse las pilas”. En su opinión, La Vega es el espacio ideal para todos los artistas, para los de aquí y para traer a los de fuera, un lugar donde hacer exposiciones, instalaciones, conciertos y eventos artísticos conectados con las tecnologías”.