
La reorganización de la Consejería de Ciencia, Industria y Empleo no es una simple reestructuración administrativa. Es el reflejo de una crisis más profunda y de una pérdida de rumbo político

La reorganización de la Consejería de Ciencia, Industria y Empleo no es una simple reestructuración administrativa. Es el reflejo de una crisis más profunda, de una pérdida de rumbo político y de una creciente dependencia de perfiles técnicos que, si bien preparados, parecen desconectados del pulso real de la industria asturiana.
La herencia de Cerredo: negaciones, ceses y controles tardíos
El accidente de la mina de Cerredo y la dimisión de Belarmina Díaz han marcado un antes y un después en el Gobierno del Principado. La respuesta ha sido una “regeneración” que ha barrido al equipo anterior y reconfigurado el área con nuevos nombres y nueva estructura. Sin embargo, negar que esto supone un reconocimiento implícito de fallos sistémicos es una maniobra retórica poco convincente.
Se anuncian ahora mayores controles sobre las explotaciones mineras, más inspecciones y revisiones estructurales. Si no hay fallos que corregir, ¿por qué tanto frenesí correctivo? El relato oficial insiste en que no hay responsabilidad política, pero los hechos y los nuevos protocolos dicen otra cosa. La transparencia se invoca con entusiasmo, pero llega siempre después del desastre.
Ciencia al mando de la industria: la inversión de la lógica
La nueva estructura pone al frente de la industria a perfiles investigadores, catedráticos, tecnólogos. Personas con méritos indiscutibles, pero cuya experiencia se ancla en el laboratorio más que en la línea de producción. En una gran empresa, los investigadores investigan en la dirección que marca la estrategia. En Asturias, parecen encargarse también de trazarla.
Este desplazamiento no es menor. La política industrial corre el riesgo de ser absorbida por una mirada técnica, desconectada del tejido empresarial y sindical, y expuesta a las modas tecnológicas impuestas desde otros centros de poder. Con una creciente dependencia de fondos europeos y con operaciones como la de los hermanos Escribano en Indra como telón de fondo, la industria asturiana podría verse pilotada por intereses ajenos a su historia y necesidades.
Entre apagones y parques de baterías: diagnósticos sin hoja de ruta
La crisis eléctrica reciente ha revelado tanto la fortaleza como la vulnerabilidad de Asturias. La región resistió mejor que otras gracias a su infraestructura hidroeléctrica, pero el sistema sigue sin un plan claro para prevenir futuras incidencias. Se habla de baterías, de respaldo energético, de planificación, pero sin detalles ni calendario. Todo se queda en diagnóstico.
Asturias necesita un modelo energético realista, equilibrado y sostenible. Y para eso no basta con identificar problemas: hay que trazar soluciones, definir prioridades, negociar inversiones. Nada de eso se ve con claridad en el nuevo enfoque.
Arcelor y el silencio: cuando la gestión se delega al azar
La situación de ArcelorMittal es un caso aparte. El futuro de la acerería eléctrica de Avilés, la planta DRI, las condiciones de inversión… Todo se deja a la voluntad de la compañía. No hay presión política visible ni estrategia clara de defensa del empleo y la industria pesada. “Con o sin Arcelor”, dijo un día el presidente Barbón. Pero ¿con qué alternativa?
Sin dirección firme ni negociación con el Gobierno central y Bruselas, la región queda a merced de decisiones ajenas. Y ese es, tal vez, el signo más evidente de la debilidad actual: se confunde la gestión con la esperanza, el plan con el deseo, la estrategia con la nota de prensa.
En definitiva, lo que parece una apuesta por la modernización puede acabar siendo una cesión de soberanía productiva. Y eso, en una tierra que vive de lo que produce, es mucho más que un error de estilo: es una renuncia disfrazada de progreso.