El cabreo entre muchos de los vecinos era monumental. Otros se mantenían en silencio, expectantes. Pero todo explotó cuando el del ático tomó la palabra: «Lo justo es que la derrama la dividamos entre todos»
En una antaño bienavenida comunidad de vecinos de Llanes, donde la convivencia común se mantenía en una cierta armonía mediante un escrupuloso cumplimiento de la normativa establecida, hubo un antes y un después cuando el propietario del ático, el del sexto, tuvo una idea brillante. Espoleado por la fiebre del Airbnb y el auge de los pisos turísticos, al vecino del piso superior se le ocurrió una idea faraónica: poner una piscina en su terraza para alquilarlo a turistas en el verano. No era una obra menor, pero es que además, para cumplir la normativa municipal, la finca debería tener un acceso directo desde la calle. Se le ocurrió que después de la piscina podría construir un ascensor directo que subiera por la fachada hasta la vivienda, de forma que no tuviera que cruzarse con ninguno de los vecinos de la comunidad.
Cuando el resto de los vecinos supo de este plan, la comunidad entró en pánico. Primero, por el hecho de que ni siquiera había solicitado permiso. Segundo, porque una obra así iba en contra del reglamento municipal y traería serios problemas legales. Y, por último, porque podría afectar gravemente a la estructura de todo el edificio. Al propietario del ático le dio igual y se puso manos a la obra. A las pocas semanas, con el primer llenado de la piscina, aparecieron los problemas. Surgieron grietas en la fachada y el agua se filtraba a los pisos inferiores.
La obra quedó paralizada, muy a pesar del vecino del sexto. En una junta extraordinaria de vecinos se plantearon los problemas causados y la factura que había provocado. Una derrama millonaria para solucionar grietas y filtraciones. El cabreo entre muchos de los vecinos era monumental. Otros se mantenían en silencio, expectantes. Pero todo explotó cuando el del ático tomó la palabra:
-Lo justo es que la derrama la dividamos entre todos.
Para sorpresa de todos, el vecino del 4ºA, presidente de la Comunidad, asintió. Apoyaba repartir una derrama millonaria entre toda la vecindad. Defendió que asumir a escote la reparación ayudaría a recuperar la convivencia que otrora disfrutaba la comunidad. Un esfuerzo para acabar con miradas incómodas y largos silencios en algunos trayectos compartidos en el ascensor. El mismo que el del ático quería evitar con su elevador independiente.
Para salvar las reticencias de muchos de los vecinos, el presidente propuso que la hucha común se hiciera cargo también de la reforma del salón que estaba realizando el vecino del 3ºA, las tres letras impagadas de la hipoteca del 2ºB y que se pagara con el dinero de todos la entrada para el piso al del 1ºB, que estaba alquilado con derecho a compra.
El del 5ºA, uno de los pisos más afectados por las filtraciones, explotó:
-¡Yo no tengo hipoteca! Pago religiosamente mi comunidad cada mes, estoy al corriente del IBI… esto es una vergüenza y es injusto para el resto. El problema lo debe pagar quien lo provocó, y que esto sirva para aprender en un futuro.
El del ático, cada vez más altivo, sonrió, cruzó una mirada de complicidad con el presidente, y anunció:
-Ya he contratado a otra empresa para seguir con el tema de la piscina. Y cuando acabe con ella, me pongo con el ascensor. Lo vamos a volver a hacer, que a nadie le quepa duda.
A todo esto, con la junta extraordinaria convertida en gallinero, en última fila permanecía impasible el vecino del 1ºC. Un tipo de apariencia afable, que rehuía el conflicto y que, decían las malas lenguas, era mangoneado a diario por el presidente de la comunidad. No rompió el silencio en toda la reunión, a pesar de que él tampoco tenía hipoteca y asumir la derrama le iba a poner en una situación complicada. A él y a su octogenaria madre con la que convivía. Ambos subsistían de la pensión de ella y del paro de él. Pese a que la derrama iba a dejarles al borde de la miseria, el del 1ºC no dijo ni mu. E incluso se le vio asentir alguna que otra vez cuando su mirada se cruzaba con la del presidente o con la del tipo del ático, ante la incredulidad del resto de vecinos.
Señor Barbón, espabile. Está actuando usted como el vecino del 1ºC.