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«¡A ver a Petra!»

Bernardo Solís por Bernardo Solís
25/01/25
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Aunque su ‘casa’ no era la más adecuada, Petra nos enseñó mucho a todos, y de paso dándonos una lección: Que la única manera de ser una persona, en el sentido machadiano de la palabra, consiste en que, desde muy pequeños, los niños aprendan a amar a los animales (…)

Publicación de La Nueva España sobre la salida de la osa de su jaula/Fuente: El Blog de Acebedo

Creo que tenía 8 o 9 años, así que debió de ser en torno a 1975 o 1976. Mi amigo José Luis (ahora es piloto comercial) y yo, con sus padres y mi madre, íbamos a conocer la autopista “Y Griega”, inaugurada hacía relativamente poco tiempo. Sin duda era sábado, aunque los dos íbamos vestidos de domingo. El motivo lo merecía: Además de estrenar la autovía había un asunto que nos ilusionaba mucho más: ¡Íbamos a ver a Petra!

Petra -seguro que muchos de ustedes la recuerdan- era una preciosa osa parda que vivía en el Parque San Francisco. Estaba en una jaula de hierro que ahora no pasaría un mínimo control de habitabilidad: Era pequeña y con forma circular; aún quedan en el parque los restos de lo que fue su casa. También contaba con una cueva artificial, donde pasaba las noches y sus meses de hibernación (esto último no lo tengo tan claro: A diario y, sobre todo los fines de semana recibía cientos, tal vez miles de visitas). Pero, en aquel tiempo, a todos parecía bien: Niños y mayores, zurdos y diestros, altos y bajos…

Lo cierto es que la osa no se mostraba mal a gusto, porque recorría una y otra vez el recinto en busca de aquellos barquillos con miel que tanto le encantaban. Es más, hacía una parada enfrente de su público para comerse las golosinas. Es cuando aprovechábamos para verla de cerca y contemplar aquellas manos llenas de garras con las que recogía nuestros obsequios, y lo hacía con tal delicadeza que parecía decir: “Soy mucho más fuerte que tú pero, como me has traído barquillos con miel, no te voy a hacer nada y me los voy a comer delante de ti”. Y no lo duden; estábamos a tan poca distancia de ella que nos hubiera podido arrancar un brazo. De hecho, los dos amigos acariciamos su enorme y peluda cabeza. Sentíamos que Petra nos quería, y para nosotros era lo más parecido a la felicidad. (No sé si la de nuestros padres, porque nos dejábamos en obleas la paga de un mes que, al final, nos reintegraban).

La historia de Petra y Perico merece ser contada: los dos esbardos fueron rescatados de la crudeza humana. Cuando eran pequeños fueron llevados de Somiedo a la capital después de que un cazador furtivo matase a golpes a su madre. Perico murió pronto, justo al llegar a la edad adulta. Pero Petra le sobrevivió casi un cuarto de siglo más. Falleció en junio de 1976. Perico fue disecado y guardado en una urna de la Facultad de Biología. En cuanto a Petra, sus restos fueron donados a la Universidad para que los estudiantes pudieran hacer prácticas, y su cráneo aún forma parte del material didáctico del Campus del Cristo.

Sé que, a los ojos de hoy todo esto nos puede parecer bárbaro -y probablemente lo sea-, pero les ruego que eviten los juicios anacrónicos: Todo lo que les cuento sucedió hace más de medio siglo, y en aquellas fechas la gente lo veía como algo normal. Porque, además, la fama de Petra sobrepasó incluso a nuestra región, y no eran pocos los que venían a Oviedo “a ver a la osa”. Y, a los ojos del niño que fui, despertó mi conciencia ecológica: Cada vez que escuchaba que alguien había cazado un oso, me iba llorando a mi habitación. Hoy veo las cosas de manera distinta, pero Petra sigue estando en mi corazón.

Es indudable que en eso hemos avanzado mucho: A nadie se le ocurriría en esta época tener enjaulada a una osa. Hoy -permítanme la expresión- somos menos “animales”. Aún así, cada año aparecen en los campos de España cientos de galgos abandonados a su suerte por sus dueños y, lo que es peor, atados por la cabeza para que no puedan comer ni beber y que, literalmente, se mueran de hambre y sed. Otros directamente los ahorcan, prolongando así su agonía innecesariamente. ¿Por qué no los llevan a un albergue? La respuesta, en mi opinión, es que son malvados y crueles. He visto alguna de esas imágenes y me ponen literalmente enfermo.

En Asturias los esbardos estuvieron en serio peligro de extinción. Según datos de la Fundación Oso Pardo, hace dos décadas no pasaban de 70 los ejemplares; en 2022 se contaron más de 300, traspasando incluso nuestras montañas. Son buenos indicadores, pero no para dormirse en los laureles. Además los muchos turistas son mucho más respetuosos; las excursiones a sus lugares preferidos se hacen con guías expertos (y vigilados por las patrullas forestales de la Guardia Civil). La consigna es clara: verlos pero en ningún caso molestarlos; ellos saben perfectamente cómo buscarse la vida.

Ahí radica el valor de Petra. Aunque su “casa” no era la más adecuada, nos enseñó mucho a todos, y de paso dándonos una lección: Que la única manera de ser una persona, en el sentido machadiano de la palabra, consiste en que, desde muy pequeños, los niños aprendan a amar a los animales y descubriendo lo mucho que nos pueden enseñar. Les aseguro que aquel día recibimos un curso acelerado de empatía.

A la vuelta, tanto José Luis como yo íbamos gritando incesantemente: ¡Que-re-mos vol-ver! ¡Que-re-mos vol-ver! ¡Que-re-mos vol-ver! Y volvimos muchas veces, por supuesto, pero ya no pudimos ver a Petra: nos había dejado, aunque nuestros padres nos lo ocultaron piadosamente unos cuantos años. 

Este humilde gacetillero ha pasado en Oviedo algunos de sus mejores momentos personales y profesionales. Y, Dios mediante, espera volver a disfrutarlos. Si me han leído hasta aquí, muchas gracias. Les espero.

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