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80º Aniversario de la liberación de Auschwitz

Firma invitada por Firma invitada
26/02/25
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La ceremonia oficial de conmemoración se ofició con toda la pompa y la presencia de la realeza y las élites europeas, ninguneando además la identidad de quienes liberaron el campo, el Ejército Rojo de la Unión Soviética, y vetando la presencia de Putin pero no la de Netanyahu


El 10 de junio de 1940, la 2ª División SS “Das Reich”, una unidad de élite de la Waffen-SS que venía de combatir en el Frente Oriental, donde había colaborado activamente con los Einsatzgruppen en la limpieza étnica de Bielorrusia y que había sido envíada de urgencia de vuelta a Francia para ayudar a parar el avance aliado tras el Día D, toma por asalto la pequeña comuna francesa de Oradour-sur-Glane. En pocas horas los hombres de la 2ª División arrasarán el pueblo, reduciéndolo a escombros. Tras separar a los varones de las mujeres y los niños, a quienes encerraron en la iglesia de la aldea, la SS fusila en la plaza del pueblo a 190 hombres y adolescentes; después de la matanza de los hombres ametrallarán la iglesia. Las mujeres y los niños que sobreviven a las balas morirán abrasados, pues los alemanes deciden prender fuego al templo. Entre las víctimas de la masacre de Oradour se encontrarán también 19 refugiados y refugiadas españolas. Solo un pequeño grupo de madres con sus hijos y seis judíos lograrán escapar del pueblo y del infierno que la SS allí ha desatado al encontrar refugio en la abadía de Munch, donde los monjes les ayudan a escapar por un desagüe.

Sin embargo no era esta la primera aldea que los alemanes reducían a cenizas asesinando a (casi) todos sus habitantes, Lídice -casualmente destruida hasta sus cimientos también un 10 de junio, pero de 1942- y Lezaky, en Checoslovaquia, desaparecieron del mapa como respuesta a la muerte del carnicero de Praga, Reinhard Heydrich, mano derecha de Himmler, que había sido tiroteado en su coche el 4 de junio en Praga por un comando de soldados checos. Destino similar sufrieron también innumerables aldeas por todo el Frente Oriental, borradas del mapa por los nazis, desaparecidas para siempre de la existencia e incluso de la memoria.

Pero hay algo que llama especialmente la atención de la masacre de Oradour, una aldea que carecía por completo de valor militar y que ni siquiera se encontraba cerca del frente sino que estaba a más de 500 kilómetros de donde se libraba la Batalla de Normandía, en la que Alemania no solo se jugaba Francia sino también la guerra. De hecho ese mismo día la 101 División Aerotransportada del Ejercito de los Estados Unidos se enfrentaba al 6ª Regimiento de la 2ª División Aerotransportada de la Wehrmacht y a la 17ª Panzergrenadier Division de la SS en la Batalla de Carentan con el objetivo de consolidar la posición de los aliados en la península de Cotentin y así salvaguardar las playas del Desembarco para poder mantener el flujo de tropas y material militar al interior de Francia. Y sin embargo en un momento tan crucial los hombres de la “Das Reich”, élite entre las élites militares alemanas, se contentaron con asesinar a hombres desarmados, mujeres y niños, perdiendo el tiempo y gastando recursos en quemar casas y en destruir una aldea insignificante simplemente porque pensaban que allí se ocultaban los resistentes que días antes habían atentado contra uno de sus capitanes. Acostumbrados a los crímenes de guerra desde su fundación y a los asesinatos en masa de la población civil, debieron de pensar que la guerra y Francia eran menos importantes que dar rienda suelta a sus instintos asesinos. Mientras la División “Das Reich” seguía su marcha hacia Normandía cometiendo matanzas de civiles para aterrorizar a los franceses por todos los pueblos que tuvieron la desgracia de encontrarse a su paso, los aliados y la Resistencia se dirigían imparables hacia París.

En la actualidad es posible visitar Oradour-sur-Glane, que se ha convertido en un museo al aire libre con un centro dedicado a la memoria de sus habitantes. Pero antes de pasear por lo que alguna vez fue una aldea modesta llena de vida y ahora solo es una cáscara vacía de ruinas y coches quemados, hay que atravesar el edificio del Centro de la Memoria y cruzar por un pasillo que está cubierto con las fotografías de los que una vez habitaron la aldea y que fueron borrados de la faz de la tierra pero no de nuestra memoria por los hombres de la División “Das Reich”, el odio y la sinrazón. Atravesar ese pasillo es una experiencia desgarradora que te obliga a enfrentarte a los rostros de las víctimas, ahora simples instantes congelados en el tiempo de lo que una vez fueron vidas y promesas de futuro de unas personas que no merecían una muerte tan horrible como gratuita.

A pesar de que visitar Oradour fue una insistencia personal pues era un lugar que me obsesionaba desde la infancia -al igual que las playas del Desembarco-, tengo que reconocer que cuando estuve allí tuve -y sigo teniendo- sentimientos encontrados, pues es evidente que estos lugares se han convertido también en objetos de turismo donde pasearse y hacerse selfies, trivializando así la tragedia y la memoria de las víctimas. Este es un debate que cada poco renace en la conversación pública, sobre todo cuando salen a la luz fotos de personas posando sonrientes sobre las vías que conducían a Auschwitz o entre los moles de hormigón del monumento a la memoría de las víctimas de la Shoa en Berlin. Son muchas voces de historiadores y activistas que piden que se mantengan esos lugares preservados pero cerrados al el público para evitar así que se banalice la memoria de las víctimas.

Inmersos en este debate nos encontramos con el 80º Aniversario de la liberación de Auschwitz, el campo de exterminio que se ha convertido en el símbolo de la barbarie nazi. La ceremonia oficial de conmemoración se ofició con toda la pompa y la presencia de la realeza y las élites europeas, ninguneando además la identidad de quienes liberaron el campo, el Ejército Rojo de la Unión Soviética, y vetando la presencia de Putin pero no la de Netanyahu, responsable del genocidio y la limpieza étnica del pueblo palestino y sujeto a una orden de detención internacional por crímenes de guerra que el gobierno polaco quiso ignorar con la complicidad de los dirigentes europeos que allí se encontraban, legitimando así al criminal Primer Ministro de Israel. Y entre la realeza europea que llora por las víctimas de Auschwitz desde sus palacios estaban los Reyes de España, que por lo visto no tienen tiempo para acudir a los actos que conmemoran la muerte del dictador Franco, aliado de Hitler y responsable de que muchos españoles murieran asesinados en los campos de exterminio levantados por los nazis, incluido el propio Auschwitz. Esta exhibición de cinismo en un lugar que debería representar el testimonio en piedra de lo más execrable de la humanidad ha reabierto el debate del sentido mismo de mantener estos lugares abiertos, pues actos como estos no hacen más que banalizar el sacrificio y el horror de quienes se vieron encerrados en ellos por los nazis.

Trump ha querido también aportar su grano de arena en este debate, lo hizo en prime time y sentado junto al genocida Netanyahu, advirtiendo de que su pretensión no es solo la de hacerse cargo del control de la Franja de Gaza, sino también la de convertir esta en un resort de lujo tras expulsar a la población palestina, porque toda limpieza étnica siempre ha de ir acompañada de un buen negocio. Dentro de unos pocos años, cuando nos hayamos curado de esta gripe reaccionaria que arrasa el mundo, quizás alguien construya en Gaza un Centro de la Memoria del genocidio palestino y habrá, como en Oradour, que atravesar un pasillo tapizado con las fotos de los miles de víctimas. Será entonces cuando el visitante, con los ojos empañados y el corazón roto, se preguntará no solo cómo fue posible que pasara esto sino cómo fue posible que dejáramos que esto pasara otra vez.

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